domingo, 5 de diciembre de 2010

La historia de Procusto

Procusto era el apodo del mítico posadero de Eleusis, aquella famosa ciudad de la antigua Grecia donde se celebraban los ritos misteriosos de las diosas Deméter y Perséfone. Era hijo de Poseidón, el dios de los mares, y por eso su estatura era gigantesca y su fuerza descomunal. Su verdadero nombre era Damastes, pero le apodaban Procusto, que significa "el estirador", por su peculiar sistema de hacer amable la estancia a los huéspedes de su posada. Procusto les obligaba a acostarse en una cama de hierro, y a quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le serraba los pies que sobresalían de la cama; y si el desdichado era de estatura más corta, entonces le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente al fatídico catre. Según algunas versiones de la leyenda, la cama estaba dotada de un mecanismo móvil por el que se alargaba o acortaba según el deseo del verdugo, con lo que nadie podía ajustarse exactamente a ella y, por tanto, todo el que caía en sus manos era sometido a la mutilación o el descoyuntamiento. Procusto terminó su malvada existencia de la misma manera que sus víctimas. Fue capturado por Teseo, que lo acostó en su camastro de hierro y le sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado.



Esta historia tiene bastante que ver con bastantes de las cosas sobre las que estamos reflexionando: ser iguales, ser como los demás... ¿Cuánto tenemos cada uno de nosotros de Procusto?

1 comentario:

  1. Yo creo que, aunque todos somos unos Procustos en potencia, que pretendemos ajustar a los demás a lo que nosotros consideramos adecuado, también tenemos un pequeño Teseo dentro que modifica nuestra personalidad para encajarla en los cánones de la sociedad(véase mi entrada).

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